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diciembre 20, 2003

fort beaugard (atelier d'artistes)






En el fuerte hay muchas historias, dicen, que en la segunda guerra, funcionó como lugar de resistencia de las fuerzas aliadas. Allí, enterraban a los cadáveres tras las paredes, bajo esas piedras enormes, restauradas, nuevas, otras piedras.
Esas, que ahora me miran.
En el 46 y durante varios días bombardearon esta ciudad y este fuerte donde estoy trabajando quedó casi intacto a pesar de las bombas. Cosas de la vida, o de la piedra. Fue testigo de la muerte, de las llagas, del miedo.
Pienso en los desesperados, en los condenados,... pienso en el miedo. Recuerdo las imágenes de la guerra que vi el otro día en el museo de la Citadelle, pienso en caras, con costuras, con cicatrices.
Intento colocar algunas cosas en mi cabeza un tanto más luminosas, más claras.
Si pienso en la lagartija que vi el otro día, tal vez...
Vuelvo a mi trabajo, para eso estoy acá.
La piedra sigue en su lugar, ni un grito, ni una llamada desde adentro.
Todo en calma.
Como si una suerte de restauración de otro tiempo se instaurara en mí.
Escucha susurrar un disco viejo.... la lleva bien pegada al corazón...la la la. (suena la bersuit en el huevito que me prestó Corinne) porque sabe que era hermoso entre los dos.
Pienso en la piedra y en la estupidez de la guerra, en el dolor, en el silencio. Hago esfuerzos para pensar en otra cosa, pero vuelven las lagartijas.
En el fuerte comienzan los días fríos y la piedra no se hace esperar. No pasarán muchos días para que el invierno se haga sentir, y en este fuerte tengo la sensación de que todo se siente mucho más.
Un señor gordo se asoma por la puerta y me sobresalta, la marie (intendencia) lo encomendó en la noble tarea de ponerme calefacción.
LLévame... contigo... llévame. (suena no te va a gustar)
Se asombra de mi música y me pregunta si soy de España. Me río, le digo que soy de Uruguay. Se sorprende y me pregunta donde queda eso..., en Sudamérica, contesto. Ah..., me dice y continúa con su trabajo que es mucho más interesante que un pais lejano y desconocido.
Para colocar la calefacción deben picar una piedra... observo, dudo, miro atenta si hay algo detrás. Nada.
Todo vacío, piedra y más piedra.
I am rasta man, ...say.... yo quiero a mi bandera, yo quiero a mi bandera, planchadita, planchadita. (ahora suena Sumo) Pienso que tengo que conseguir una plancha para terminar mi trabajo. Y que la selección de música hecha por mariana para mi viaje, no está nada mal.
Me olvido del señor y sigo trabajando, entra un ayudante del señor calefactor que me mira sorprendido, mira lo que estoy haciendo, pero no se atreve a preguntar nada.
Pienso que me esta quedando bastante bien todo, pero sería mejor trabajar sin observadores. Combien de temp reste pour finir votre travail? pregunto con mi acento supuestamente español.
Me contestan que dos días porque van a poner una en cada habitación del fuerte.
Waiting for nineteen eighty nine..., (sigue Luca).
Cierro la ventana, asusto a una de esa lagartijitas negras que ya vi el otro día. Me sobresalto y disimulo, son un poco lindas y un poco feas, sobre todo cuando salen de adentro de la piedra tan rápido. Pero el otro día la vi al sol quietita, en un muro de afuera, y me pareció lindísima. En realidad no me gusta mucho que estén quietas, mimetizadas con la piedra y de golpe salgan disparadas, como fantasmitas reptiles de la de la piedra. Conviven con la humedad y me huele que hace cientos de años que habitan el lugar.
Tenemos algo en común, nos gusta el sol.
A veces pienso que desde que llegué, se asoman y se comentan entre ellas que ya no están solas, que tienen visitantes en el fuerte y todas se apuran a salir porque quieren conocerme.
De los habitantes visibles del fuerte, tuve que matar algunos, arañitas, bichitos con muchas patas y alguna polilla rara. Pero hubo dos arañas, un poco más grandes que me impusieron respeto. Me acordé de todas las arañas que tuve que matar en Pinamar, hasta conocerlas y dejar de matarlas y las dejé ahí, donde estaban... no sin mirarlas de a ratitos, vigilando sus movimientos. Miro la tela, me acerco, rogando que no se muevan, creo que la tela que están tejiendo entre el vidrio y el marco de la ventana es mucho mas interesante que mi obra.
No se lo cuento a nadie, ni al gordo.
Vuelvo a acercarme y descubro el centro de la telaraña, pienso en todas las metáforas y asociaciones que existen con este bicho y su producción y lo estúpidos que somos al matarlas.
«Eterna tejedora del velo de las ilusiones», dicen en la india.
En el mes y medio que convivimos solo nos miramos de reojo un par de veces.
Miré la piedra, y detrás, sobre la mesa, todavía quedaban unas galletas de naranja gerblé y un poco de agua perrier, me volvió una petit felicidad, esa, mínima e instantánea, tan pasajera como inútil que nos pueden producir ciertas cosas.

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