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abril 22, 2008

...el andrógino, en efecto, era entonces una cosa sola en cuanto a forma y nombre...la forma de cada persona era redonda en su totalidad, con la espalda y los costados en forma de círculo. tenía cuatro manos, mismo numero de pies que de manos y dos rostros perfectamente iguales sobre un cuello circular. Y sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas, una sola cabeza, y además cuatro orejas, dos órganos sexuales... caminaba también recto como ahora, en cualquiera de las dos direcciones que quisiera; pero cada vez que se lanzaba a correr velozmente, al igual que ahora los acróbatas dan volteretas circulares haciendo girar las piernas hasta la posición vertical, se movía en círculo rápidamente apoyándose en sus miembros que entonces eran ocho.
...eran también extraordinarios en fuerza y vigor y tenían un inmenso orgullo, hasta el punto de que conspiraron contra los dioses...tras pensarlo detenidamente dijo, al fin, zeus:
«me parece que tengo el medio de cómo podrían seguir existiendo los hombres y, a la vez, cesar de su desenfreno haciéndolos más débiles. ahora mismo, dijo, los cortaré en dos mitades a cada uno y de esta forma serán a la vez más débiles y más útiles para nosotros por ser más numerosos. los cortaré en dos mitades...». entonces, apolo volvía el rostro y, juntando la piel de todas partes en lo que ahora se llama vientre, como bolsas cerradas con cordel, la ataba haciendo un agujero en medio del vientre, lo que llaman precisamente ombligo. alisó las otras arrugas en su mayoría...pero dejó unas pocas en torno al vientre mismo y al ombligo, para que fueran un recuerdo del antiguo estado...
...desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de los unos a los otros innato en los hombres y restaurador de la antigua naturaleza, que intenta hacer uno solo de dos y sanar la naturaleza humana...
...por esta razón, precisamente, cada uno está buscando siempre su propio símbolo.

el banquete
platón

agosto 10, 2005

soy sensible a las críticas y a las alabanzas. sin embargo, en cuanto hurgo un poco en mí, me encuentro, respecto del nivel de mi triunfo, una indiferencia bastante grande. en otro tiempo evitaba medirme por orgullo y por prudencia; hoy ya no sé con qué patrón medir. hay que referirse al público, a los críticos, a algunos jueces elegidos, a una convicción íntima, al ruido, al silencio? ¿qué es lo que se mide? ¿el renombre o la calidad, la influencia o el talento? y además, ¿que significan esas palabras? Incluso estas preguntas y las respuestas que se les pueden dar me parecen ociosas. mi desapego es más radical y tiene sus raíces en una infancia dedicada a lo absoluto; he permanecido convencida de la vanidad de los éxitos terrestres. el aprendizaje del mundo ha fortificado este desprecio; he descubierto una desdicha demasiado inmensa como para inquietarme mucho por el lugar que tengo en él y por el derecho que puedo tener o no tener para ocuparlo.
epílogo al texto La fuerza de las cosas, autobiografía de Simone de Beauvoir.
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