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agosto 10, 2005

soy sensible a las críticas y a las alabanzas. sin embargo, en cuanto hurgo un poco en mí, me encuentro, respecto del nivel de mi triunfo, una indiferencia bastante grande. en otro tiempo evitaba medirme por orgullo y por prudencia; hoy ya no sé con qué patrón medir. hay que referirse al público, a los críticos, a algunos jueces elegidos, a una convicción íntima, al ruido, al silencio? ¿qué es lo que se mide? ¿el renombre o la calidad, la influencia o el talento? y además, ¿que significan esas palabras? Incluso estas preguntas y las respuestas que se les pueden dar me parecen ociosas. mi desapego es más radical y tiene sus raíces en una infancia dedicada a lo absoluto; he permanecido convencida de la vanidad de los éxitos terrestres. el aprendizaje del mundo ha fortificado este desprecio; he descubierto una desdicha demasiado inmensa como para inquietarme mucho por el lugar que tengo en él y por el derecho que puedo tener o no tener para ocuparlo.
epílogo al texto La fuerza de las cosas, autobiografía de Simone de Beauvoir.

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